Contra el excepcionalismo de drogas
Por Romina Vázquez, Instituto RIA
Los prejuicios que giran alrededor del uso de sustancias psicoactivas han dado cabida a un sinfín de falsas dicotomías que se utilizan para catalogar sus efectos, pero no precisamente desde la evidencia científica, sino desde una especie de superioridad moral.
Natural vs sintético; peligroso vs inofensivo; drogas duras vs drogas blandas son algunos de los conceptos contrapuestos que pretenden jerarquizar, en primera instancia, a las sustancias, pero que terminan impactando inevitablemente tanto en las leyes como en las políticas públicas y, por lo tanto, en la vida de las personas usuarias.
El discurso excepcionalista en términos de drogas afirma la existencia de sustancias que son intrínsecamente menos dañinas, adictivas, e incluso “mejores” que otras. La cannabis, los hongos psilocibes, la ayahuasca, el peyote constituyen, según esta lógica, drogas “más amigables” en comparación con aquellas que han sido rechazadas por ser “diseñadas en un laboratorio”.
El excepcionalismo viene acompañado de un amplio espectro; el cannábico y el psicodélico son los más populares. El primero, por ejemplo, Betty Aldworth anteriormente de Students for Sensible Drug Policy, lo cataloga como una actitud común entre algunas personas que consumen cannabis, la cual posiciona a la planta como esencial y categóricamente distinta a otros tipos de drogas. Esto, por un lado, refuerza el estigma hacia personas usuarias que no consumen mariguana y, por el otro, rechaza la posibilidad de que ésta pueda generar algún uso problemático o dependencia.
Cuando hablamos de excepcionalismo psicodélico, y si tomamos en cuenta el auge mediático que han mostrado los tratamientos con microdosis o macrodosis acompañados de psicoterapia para atender cuestiones relacionadas a la salud mental, también nos encontramos con diversos estudios que apuntan a su efectividad para tratar la dependencia a sustancias legales, como lo son el tabaco y el alcohol.
Que estén disponibles alternativas emergentes representa una excelente noticia, sin embargo, esto puede traer consigo una doble intención, y pretender minimizar otras estrategias de reducción de riesgos y daños, como los cigarrillos electrónicos en el caso de las personas usuarias de nicotina. De igual forma, tampoco se trata de utilizar estos estudios para desacreditar los antidepresivos, ansiolíticos y antipsicóticos convencionales. Dichas comparaciones no abonan lo suficiente ni tienen un impacto real si no se toman en cuenta los contextos particulares. Queremos facilitar el acceso a más opciones, no limitarlo.